En la calle Arequipa número 13 de Madrid, sede del COE, se ha celebrado este lunes 14 de febrero la gala de la Real Federación Motociclista Española (RFME).
Entre los galardonados se encontraba el murciano Pedro Acosta, que parecía más alto y mejor conformado que a final de la temporada. La razón es que le hemos conocido siendo un niño y, aunque sólo tiene diecisiete años, el cuerpo y las maneras de un adolescente cambian muy rápido.
Las butacas del paraninfo estaban abarrotadas de personalidades y cargos institucionales, además de pilotos y veteranos del motor. Acudieron, entre otros, el presidente del consejo superior de deportes, Jose Manuel Franco; la consejera de cultura, turismo y deporte de la comunidad de Madrid, Marta Rivera; Alejandro Blanco, presidente del COE; Carmelo Ezpeleta, CEO de Dorna; y el general García Gazapo.
El acto se desarrolló en un ambiente de perfecta concordia institucional. Grandes estrellas del deporte como Toni Bou (30 veces campeón del mundo de trial), Laia Sanz (catorce veces campeona del mundo de trial y seis veces campeona del mundo de enduro) y Albert Arenas (campeón de Moto3 en 2020) posaron junto al photocall de la RFME y atendieron a las preguntas afectuosas de los reporteros.
Pedro Acosta recibió dos galardones, uno como campeón de la Red Bull Rookies Cup 2020 (plataforma de acceso a MotoGP) y otro como campeón de Moto3 2021. Los periodistas le esperaban como a un juguete nuevo el día de Navidad. A pesar de su juventud, es consciente de haberse convertido en una fuerza magnética para todo el mundo. Era el único entre los galardonados que no vestía de etiqueta, sino con un sencillo jersey y zapatillas deportivas. Se paseó por el estrado con la soltura de un estudiante a la espera de entrar en el despacho del director, contestó a las preguntas con inteligencia y dejó algunas frases de su estilo, como: «Sólo hay presión si te dejas presionar».
Sus respuestas no permitían adivinar más que una pequeña parte de su estado de ánimo, como si pudiera decir más pero no quisiera. Era evidente que se tomaba la ceremonia de la calle Arequipa número 13 como una de esas tareas ligeramente desagradables que uno debería despachar con una sonrisa, reservando lo mejor de sí mismo para el momento en que pueda necesitarlo de verdad.